martes, 10 de abril de 2007

Me quede con su sonrisa


Sin mayores expectativas, un martes emprendí un viaje de tres horas, hacía Panajachel, uno de los lugares turísticos más representativos de nuestro país… de la Guatemala de hoy, de ayer y de siempre, la Guatemala que vislumbra, provoca, seduce y enamora.

Y es que sencillamente me resulta difícil, no amarla…por eso la amo, amo sus celajes, la brisa cautivadora de las playas de Monterrico, lo pintoresco de sus costumbres, ese verde que se eterniza y penetra en nuestras pupilas al punto de cegarnos, amo a su gente, en su mayoría indígena (bendito sea Dios por eso), la sencillez de un pueblo que ha sido golpeado y marginado, por personas que en verdad desprestigian la raza humana.

Amo el dolor de los pueblos en extrema pobreza, siento en carne propia el sufrimiento que aún arrastra la tormenta tropical STAN, ha más de un año de haber penetrado en territorio nacional.

En fin… amo a Guatemala, con todas sus virtudes y defectos, lo que me hace retomar el tema central de este texto.

Un día antes de emprender aquel viaje, que en los últimos meses se había tornado muy habitual en mi, recibí la llamada de el colocho (el novio de la colocha), me dijo que en sus vacaciones del Hospital Roosevelt (antes de iniciar su residencia en pediatría) quería pasar un par de días en Pana, por supuesto con su colochita (Ella estaba, realizando su EPS rural en el ya citado lugar paradisíaco).

Me persuadió (no le fue difícil), diciéndome que llevaría una botella de ron blanco (no quiero hacer publicidad de ningún tipo), y que podríamos disfrutarla enfrente del lago más bello del mundo, claro está que no fue sólo por el ron de mala muerte (que por cierto tibio sabe a rayos), que me aventure aquella vez.

Yo por mi parte me encargaría de persuadir a mi novia y hermana, quienes también estaban a escasas horas de terminar un sueño que duró poco menos de seis meses. No me resultó difícil hacerlo, debido a que ellas ya tenían asuntos pendientes por allá.

El día que llegamos, la colocha, el colocho y la colochita (hermana de la primera), llegaron a la casa donde residían mi hermana y novia, por supuesto nos echamos un par de traguitos y jugamos infantilmente a posada, puesto que estábamos en época navideña.

Pero la aventura no terminó ahí, siempre vuelve amanecer, y es bello ver el alba, en un sitio tan imponente como Pana, pero contrario a lo que muchos turistas nacionales e internacionales creen, Solola no empieza ni termina en Pana, hay mucho más por descubrir, por conocer, sitios pintorescos, donde el intercambio cultural es tan enriquecedor, que de pronto me resulta inverosímil, encontrar formas de vida tan singulares, a tan sólo escasas 3 horas de la capital (eso por las pésimas condiciones de la carretera).

Muy cerca de esa urbe en la que vivo, invadida por la corrupción, la violencia y desgraciadamente la transculturación. Pero afortunadamente hay sitios que aún conservan una identidad propia, aún hay sitios donde el mal no ha llegado, y en las calles se respira un ambiente tranquilo seguro y familiar.

En el interior de este sublime país, uno se da cuenta de cómo las personas, te estrechan la mano y te colmas de agasajos de manera interrumpida, casi sin conocerte ¡buenos días! te dicen por la calle, ¡buenas tardes! esas y muchas otras muestras de cariño, que van desde una mirada, hasta un diminutivo que sólo persigue el fin de hacerte sentir como en casa.

Cuando sentimos, mis acompañantes y yo, estábamos dentro de un bus de transporte colectivo, el cual nos condujo hasta San Lucas Toliman, a una hora de camino, de Pana.

Caminamos por aquel pueblo, las calles parecían desiertas, pero la magia y el misticismo del lugar, deambulaba por cada rincón. Nos cobraron Q20 por persona, para llevarnos en lancha a uno de los sitios más imponentes que mis ojos han tenido la dicha de ver… se trataba de Cerro de Oro, o el elefante dormido como le llaman los lugareños (y es que de lejos tiene la apariencia de un elefante recostado en el suelo).

Las inmensas rocas volcánicas nos dieron la bienvenida, el agua cristalina, nos invitaba a sumergirnos en el lago que insisto, es el más bello del mundo (al menos para mi), pero en el camino a este sitio conocí a una persona que sin lugar a dudas marcó mi vida, de cierta forma tocó lo más profundo de mi ser.

Hablo de Edgar, un niño preadolescente de 12 años; su profesión: fotógrafo, tomaba retrospectivas en papel a un precio de Q20, pero ¿Cuánto vale una foto?, es imposible saber el valor real de la misma, sencillamente plasma un momento, para la posteridad (a veces me pregunto que tan beneficioso puede ser tal cosa, pero en fin, con el correr de los años toda foto se transforma en invaluable).

¿Cómo te llamas? pregunte, después de darme su nombre, indague su edad y vino a mi una pregunta que a mi criterio era obligada, ¿estás estudiando? a lo que respondió que si, afortunadamente, estudiaba en sexto primaria, cumpliría los 13 en diciembre y el otro año, le tocaría acudir a la escuela en la jornada vespertina.


El lanchero, piloto o capitán, ofreció esperarnos 1 hora y media, para que pudiésemos conocer el pueblo, el cual era hermoso y fascinante, la iglesia de roca volcánica estaba en alto, y tenía una preciosa vista al lago.

Cuando regresamos de nuestra peregrinación, nos encontramos con Edgar, en calzoncillo sumergido en aquella agua transparente, casi tan transparente como su alma, se tiró cuantas veces quiso y se sonreía de nuestro respeto al agua, mi hermana le pedía clavados, los cuales realizó, yo diría con una muy alta calidad: se tiró de espaldas, de vuelta de gato, parado, acostado, sobre una madera más alta, brincó una cuerda etc.

Edgar se lució como los grandes, y al final, como era de esperarse y por la falta de una cámara, nos tomo una foto, la cual la pagamos entre todos, la colochita la escaneo, y todavía la guardo en mi correo electrónico… lo malo de ser fotógrafo, es que no se puede salir en la foto y ese es la principal debilidad de aquella.

Ojala hubiese podido tomarme una con él, ahora me tendré que conformar con la imagen visual que almacene en mi cerebro, el cual tiene un espacio muy limitado, sólo espero que dicha imagen pueda ser almacenada por mucho tiempo.

Al charlar con Edgar, conocer su entorno, fui feliz… sentí una paz interior, conocí la llamada justicia divina y confirme que Dios existe y que es grande.

Aunque puedo asegurar que Edgar es pobre, quizás muy pobre, esa sonrisa, que aún disfrutó al recordar, me reflejo no sólo la pureza de su alma, si no la felicidad en la cual vive, con recursos tan limitados.

Pude ver en sus ojos aquella inocencia; yo a su edad, ya había jugado Mortal Kombat, en Super Nintendo y en Sega Genesis, ya había conocido la violencia, ya había visto películas donde muere gente… y así percibí a la muerte violenta, como algo natural, yo jugué con pistolas y con soldaditos, pero Edgar… él desconoce que pasa en el centro de la ciudad capital, desconoce que a uno lo matan por un celular.

En fin desconoce toda esa basura de la televisión por cable, y la contaminación visual capitalina, que mata el alma y aniquila los sueños.

Que sabe él de Evelyn Isidro, asesinada y violada un primero de enero, que sabe de las drogas y la música rock.

Quizás vivimos en un espejismo y la esencia de la vida, de toda la existencia consiste en ser como Edgar, consiste en convivir con la naturaleza pacíficamente, consiste en soñar cosas lindas, y no soñar con muerte, con persecución (yo a menudo sueño esas cosas)

Por ello que al recordar la sonrisa de Edgar, sonrío yo, al recordar su felicidad, soy feliz, me quede con su sonrisa grabada en mi mente y sólo espero que no se borre tan fácil.

No te vayas a la capital, le sugerí, allá no hay nada bueno; ojala me haya escuchado, ojala que el inexorable correr de los minutos inservibles, NO le arrebaten la joya más preciosa que posee… su inocencia.

Gracias Edgar por haberte conocido.

Dedicado a Edgar y a toda la gente que lucha por hacer de Guatemala, un lugar más habitable.

4 comentarios:

Lunatrack dijo...

como le comente a duffman la vez pasada en pana yo también aprendi lecciones que no tienen precio, como oir cantar a la señora de la pelicula,Dios existe no cabe duda

Caminante dijo...

esta historia te hace pensar quien es el pobre, el que no tiene dinero, o el que como tu y yo, tenemos que vivir en está carcel de cemento e inseguridad. Edgar olvidado por la "civilización y el progreso", la política disfuncional, no sé si será más feliz, pero quiero creer que si. Cada dia me atrae más la idea de entrelazar mi futuro con ese lugar, donde el cielo es casí palpable.

ventana urbana dijo...

yaya:

Esta historia, marcó nuestras vidas, gracias por compartirla y gracias por esa sensibilidad que te caracteriza... esta muestra de justicia divina es el indiscutible resultado de que Dios existe y esta en todas partes.

Anónimo dijo...

En un mismo país, en extremos opuestos de una realidad... el concepto de felicidad es el mismo... Paz con Dios, armonía con la naturaleza con el projimo... estar cerca del ser amado... hacer sin miedo aquello que queremos. En busca de ello viaje por seis meses 147 km... Dios mio en cuestión de horas obtengo aquella sonrisa como la de Edgar... Hasta Bono (U2)... tiene que regresar a un lugar como tal...