sábado, 16 de julio de 2011

Ese fue, como todos, un nuevo día, pero ese fue también, el último para un grande.

Sábado 9 de Julio (año del señor 2011)
Hora: 7:00 Antes del Meridiano (AM)
Lugar: Mi habitación

Súbitamente la molesta vibración de mi terminal Blackberry me obliga a despertar. Con la pesadez característica de las mañanas alcanzo a tomar mi celular, un amigo, mi vecino, es quién me llama. Titubeo, realizó un breve análisis acerca de contestar o no, pero finalmente el agotamiento de mis parpados optan por ignorar esa comunicación. En ese instante un esquivo pensamiento atravesó mi mente: es mejor devolver la llamada cuando finalmente decida levantarme de la aparente comodidad de la cama, esa de casi un metro de altura, donde a diario entró en ese placentero y momentáneo letargo llamado: sueño.

Un día antes había programado ese aparato, que por ratos, a veces prolongados, me esclaviza. El celular debía sonar a las 6:30 horas. Al momento de sentir la molesta vibración no logre atinar que tal alarma la había programado hasta el lunes, pues la opción erróneamente seleccionada por mí, sólo le permitía a la terminal activarse de lunes a viernes. Por supuesto que de ese detalle me percaté casi una hora más tarde, justo después de despertar.

Mismo día, mismo lugar, distinta hora: 7:23 Antes de Meridiano (AM)
El Blackberry vuelve a vibrar, esta vez no es mi vecino, sino un colega de trabajo, el mismo al que debía haber pasado a recoger 23 minutos antes a su casa, ese con el que trabajo cierto reportaje del cual sólo nos atrevemos a hablar en voz baja.
Decido contestar, el tono elevado, agitado y enérgico de su voz, me termina por despertar. Con asombro escucho como me lanza una pregunta, cuya respuesta, intuyo, seguramente no querré saber:

- ¿Ya sabes a quién mataron?
- No, respondo y devuelvo la interrogante con timidez y temor ¿a quién?
- A Facundo Cabral, afirma.
- No puede ser alcanzo a expresar
- Él, continúa la conversación: lo mataron aquí en Guatemala y vos que todavía crees que en este país se puede vivir…(continúa una frase fatalista, que recuerdo perfectamente pero que prefiero omitir)

Me levantó, corro al cuarto de mi hermano, había extraviado el control del televisor que está ubicado en mi recamara (ya apareció), sintonizo canal 7 de televisión abierta y confirmo la información trasladada por mi colega: Es cierto, quise que fuese una falsa alarma, quise que Cabral estuviera vivo, que se tratase de una información errónea, publicada irresponsablemente por algunos medios, quise que, al igual que como Mauricio Urruela, resucitara milagrosamente y que su cruel y lamentable asesinato se tratase de heridas no mortales.

Quise escuchar la rectificación, oír la voz de la reportera, por cierto mi amiga, decir: “tenemos información de que Cabral se encuentra herido de gravedad más no muerto”. Quise pero como muchas cosas en esta vida que anhelo: no sucedió.
Era gran admirador de Cabral, lo había visto en el teatro nacional en una oportunidad, lamenté no verlo por última vez. Ni siquiera sabía que aún estaba en Guatemala… Me dolió su muerte.

Investigadores del Ministerio Público llegaron a la escena del crimen, seguramente trabajaron mucho en ese caso, descuidando, seguramente, por lo menos otros 16 homicidios perpetrados durante ese día. De los 17 homicidios (algunos de estos asesinatos) ocurridos ese 9 de Julio sólo uno se ha esclarecido y probablemente los otros 16 permanecerán para siempre en la impunidad.

Termino el texto con frases de facundo. Estas me hacen ver su muerte no como una perdida sino como un aprendizaje. También me hacen valorar más su testimonio de vida.

"Somos hijos del amor, por lo tanto nacemos para la felicidad, fuera de la felicidad son todos pretextos, y debemos ser felices también por nuestros hijos porque no hay nada como recordar padres felices”.
“Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la Tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo".

martes, 5 de julio de 2011

La sonrisa de Santos

Santos está feliz… su mirada es el reflejo de la transparencia de su alma. Sonríe con tal elocuencia que es imposible dejar de apreciar sus dientes torcidos, a lo mejor también sucios. ¿Un tratamiento de ortodoncia? probablemente no le quedará bien, le arrebataría lo más notorio de la cara visible de su alegría.

Brinca al lago de Atitlán desde una roca volcánica a orillas de una playa pública en San Pedro la Laguna, nada a velocidad y se sumerge con intrepidez.

El lago es su amigo, lo vio nacer, le enseñó a nadar, seguro no le hará daño, posiblemente sólo le dará placer y muchas risas. Santos no está solo, su primo Israel de unos trece años, quizás un lustro mayor que él, le acompaña, al igual que otro infante que apenas alcanza el metro de estatura.

¿Cada cuando vienen? pregunto, “todos los días”, responde Israel, mientras observa al menor hacer el difícil clavado de remolino ¿Cómo aprendiste a nadar? Indago, “Nadando”, afirma.

Ellos son felices… el nintendo Wi y las películas violentas que replican una realidad cruel y sangrienta no forman parte de la cotidianidad de estos jóvenes. Quizás son más felices que el niño que se levanta con el despertador de la televisión, aún agotado de la jornada maratónica de caricaturas transmitida en cartoon network la noche anterior.


Son más felices porque aunque no poseen la riqueza para comprar el videojuego de moda, si poseen esa riqueza que el dinero no es capaz de comprar: la inocencia, la posibilidad de lanzarse al lago con la libertad y la certeza que todo estará bien. Sus padres solo necesitan saber que sus hijos fueron a nadar y que su regreso es esperanza y no incertidumbre.


Santos, Israel y el otro infante de aproximadamente 5 años, me regalaron varios minutos de felicidad el sábado pasado. Me hicieron parte de su cotidianidad, no dudaron en hablarme, ni en jugar conmigo. “Hagamos una carrera”, me dijo…”No porque seguro me ganas”, esbozó otra sonrisa y lanzó una pelota de plástico a varios metros de la orilla con la certeza que podría irla a traer. Existe la ley de la compensación y la justicia divina. Gracias Santos y demás por esa hermosa lección.