martes, 10 de mayo de 2011

La seño Anabella

Cada mañana le acompañó una sonrisa, cada vez que enseñaba era feliz. Maestra poco ortodoxa, pésima dibujante, elaboraba un material didáctico tan feo que parecía que sus alumnos, infantes entre los 4 y 6 años, lo habían hecho.


No era amiga de las cátedras magistrales, ni de las metodologías comunes y corrientes, más bien creaba sus propias formas de transmitir aquellos conocimientos que a la postre resultan realmente imprescindibles. Enseñaba lectura, y matemática con canciones improvisadas y bailes un tanto ridículos.


Los niños y niñas morían de la risa y consecuentemente aprendían. Sabe Dios cuantas decenas de infantes aprendieron a leer sus primeras palabras gracias a las poco ortodoxas, pero siempre efectivas metodologías de la seño Anabella, mi madre.

Cada periodo de clase era un recreo, por lo que el campanazo que anunciaba la hora de jugar en el patio no era tan esperado por los alumnos de la seño Anabella. Mi madre fue una maestra ejemplar, daba clases de nivelación y no cobraba ni un centavo por las mismas.


Yo una vez le reproche el por qué una niña ocupaba mi escritorio, ella me llamó la atención y me explicó que aquella infante lo necesitaba en aquel momento más que yo y que lo podía utilizar después.


A veces caminó por la calle y me preguntan si soy el hijo de la seño Anabella, con orgullo respondo que si. La seño Anabella vive en cada oración que leen los ahora jóvenes, en cada suma que realizan ahí esta mi mamá y su metodología improvisada, sus canciones desafinadas y sus bailes ridículos.


La seño Anabella es inmortal, vive en mi, en cada respiro que doy, en cada cosa que hago, en mis triunfos y en mis fracasos. La seño Anabella me enseñó a mi también, me enseñó esperanza, fe y amor.


Me enseñó a no rendirme…ella nunca lo hizo enfrentó con Valentía el cáncer que le mató y dio gracias a Dios por su padecimiento, porque decía que el creador lo había enviado para ella. Una vez le dijo a mi papá que sus últimos años de vida, cinco para ser exactos, habían sido los mejores de todos. Porque había disfrutado cada segundo, porque había reído hasta el cansancio.


Dios sabe cuanto mi madre sufrió, pero todos fuimos testigos del coraje que venció muchas veces a su enfermedad, vivió 4 años más de lo pronosticado por los médicos. La seño Anabella nos enseñó a todos, fue maestra en letras y números, pero sobre todo maestra en fe, esperanza, resignación y humildad.


Un saludo hasta el cielo a mi mami, la seño Anabella que la amó hasta los tuétanos.