La GuateMala de ayer es la GuateMala de hoy y
por lo visto será la GuateMala de siempre. Me confieso ingenuo, soñador,
idealista, casi rozo en lo bobo. Pero,
por fortuna, no soy el único, pertenezco a
una irrisoria minoría, ese pequeño grupo de pendejos que una madrugada de septiembre pensó que el
país podía cambiar, que las cosas podían ser diferentes y que la ciudadanía despertaba
de un añejo letargo.
Muchos pensamos que el país despertaría, que se
podría forjar un futuro diferente. Falso, demasiado soñador. Estamos sumidos en
un círculo vicioso. El simplismo y el desconocimiento de nuestra historia
traiciona a un país que caerá de nuevo en el eterno letargo, ese que tiene anestesiada
a una inexistente democracia.
El análisis simplista de una sociedad a la que le
da pereza pensar, nos hace regresar al genoma militar. El partido derechista y ultraconservador
fundado por militares de la vieja guardia, asumirá la presidencia el 14 a las
14.
Hace cuatro años sentí la misma frustración que
hoy me invade. Vi como la misma clase mediera, perezosa de razón le daba la
banda presidencia a un ex militar, con un cuestionado pasado. Siempre lo supe:
su administración sería nefasta, corrupta, intolerante y arbitraria. Solo que hace cuatro años el estribillo barato
era otro: “urge mano dura”, “el principal problema del país es la inseguridad”.
La ciudadanía perezosa a la que me refiero, de
nuevo no quiso hacer un análisis
minucioso y exhaustivo del tema violencia y de cómo éste solo es el síntoma
visible de problemas estructurales mucho más graves. Pensar en reducir los
indicadores de violencia bajo la premisa de que ese es un problema como tal
resulta inútil.
La violencia se ataca de forma transversal y
solo es posible frenarla si se encaran con valentía los verdaderos problemas de
fondo que la originan: educación, salud, políticas públicas, oportunidades,
combate a la pobreza y a la miseria.
La ciudadanía se volcó a las urnas y votó de
forma egoísta, votó por el temor a que le robaran un celular, un vehículo, el efectivo,
etc.
Cuatro años más tarde la canción de moda es
otra: la corrupción. “Ni corrupto, ni ladrón”, eso basta, no se necesita
probada honorabilidad, formación, experiencia. Mucho menos hace falta conocer el
génesis del candidato, el poder detrás del trono. Él lo niega, lo negará por un
tiempo hasta que las circunstancias se lo permitan.
El análisis, de nuevo aburridamente simplista, de que, el mal cómico, el de los chistes
racistas, sin formación y con una casi inventada formación académica, no tiene
un pasado político me asusta. Su manifiesta incapacidad es casi secundaria. El
detrás del candidato es lo que preocupa.
Lo cierto es que él, el de las Moralejas llegó al poder y pronto sus
manos y piernas colgarán de invisibles hilos y detrás de él, los militares de la línea más conservadora harán
de las suyas. El panorama se vislumbra sombrío, casi tanto como hace cuatro
años. Salimos de un mal militar, ahora tendremos a muchos otros, solo que será
más difícil exigirles que nos rindan cuentas, pues estarán impunemente detrás de
los invisibles hilos.