lunes, 26 de octubre de 2015

Corre y va de nuez...

La GuateMala de ayer es la GuateMala de hoy y por lo visto será la GuateMala de siempre. Me confieso ingenuo, soñador, idealista,  casi rozo en lo bobo. Pero, por fortuna, no soy el único, pertenezco a  una irrisoria minoría, ese pequeño grupo de pendejos  que una madrugada de septiembre pensó que el país podía cambiar, que las cosas podían ser diferentes y que la ciudadanía despertaba de un añejo letargo.

Muchos pensamos que el país despertaría, que se podría forjar un futuro diferente. Falso, demasiado soñador. Estamos sumidos en un círculo vicioso. El simplismo y el desconocimiento de nuestra historia traiciona a un país que caerá de nuevo en el eterno letargo, ese que tiene anestesiada a una inexistente democracia.

El análisis simplista de una sociedad a la que le da pereza pensar, nos hace regresar al genoma militar. El partido derechista y ultraconservador fundado por militares de la vieja guardia, asumirá la presidencia el 14 a las 14.

Hace cuatro años sentí la misma frustración que hoy me invade. Vi como la misma clase mediera, perezosa de razón le daba la banda presidencia a un ex militar, con un cuestionado pasado. Siempre lo supe: su administración sería nefasta, corrupta, intolerante y arbitraria.  Solo que hace cuatro años el estribillo barato era otro: “urge mano dura”, “el principal problema del país es la inseguridad”.

La ciudadanía perezosa a la que me refiero, de nuevo no quiso hacer  un análisis minucioso y exhaustivo del tema violencia y de cómo éste solo es el síntoma visible de problemas estructurales mucho más graves. Pensar en reducir los indicadores de violencia bajo la premisa de que ese es un problema como tal resulta inútil.

La violencia se ataca de forma transversal y solo es posible frenarla si se encaran con valentía los verdaderos problemas de fondo que la originan: educación, salud, políticas públicas, oportunidades, combate a la pobreza y a la miseria.
La ciudadanía se volcó a las urnas y votó de forma egoísta, votó por el temor a que le robaran un celular, un vehículo, el efectivo, etc.

Cuatro años más tarde la canción de moda es otra: la corrupción. “Ni corrupto, ni ladrón”, eso basta, no se necesita probada honorabilidad, formación, experiencia. Mucho menos hace falta conocer el génesis del candidato, el poder detrás del trono. Él lo niega, lo negará por un tiempo hasta que las circunstancias se lo permitan.

El análisis,  de nuevo aburridamente simplista,  de que, el mal cómico, el de los chistes racistas, sin formación y con una casi inventada formación académica, no tiene un pasado político me asusta. Su manifiesta incapacidad es casi secundaria. El detrás del candidato es lo que preocupa.


Lo cierto es que él, el  de las Moralejas llegó al poder y pronto sus manos y piernas colgarán de invisibles hilos y detrás de él, los  militares de la línea más conservadora harán de las suyas. El panorama se vislumbra sombrío, casi tanto como hace cuatro años. Salimos de un mal militar, ahora tendremos a muchos otros, solo que será más difícil exigirles que nos rindan cuentas, pues estarán impunemente detrás de los invisibles hilos. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Cuando éramos niños


Cuándo fue la última vez que llovió y me mojé adrede, por gusto, por diversión. Hemos perdido esa hermosa costumbre, la de saltar en los profundos charcos de agua y mojar nuestros calcetines, sin que eso importe. Claro ahora nos mojamos, por mero descuido, casi por accidente. 


Abrimos nuestros paraguas, vestimos ropa impermeable, colocamos, folders, suéteres, cuadernos, libros, periódicos, bolsas plásticas, casi cualquier objeto, con el único fin de evitar el aguacero.  Corremos en la búsqueda desesperada de  un refugio, debajo de un techo, en el interior de un vehículo, dentro de un bus, mercado, tienda o supermercado.

Nos esforzamos por evadir la lluvia, odiamos mojar nuestra ropa, arrugar nuestro traje, ensuciar nuestros lustrados zapatos. A veces, cuando nos mojamos, esperamos que sea lo menos posible.  Ojala nuestras camisetas tengan algo de seco, porque odiamos temblar y ver como se  nos escurre el agua por la frente y las mejillas.

Es casi socialmente inaceptable, el agua solo es permitida en los centros turísticos y en las regaderas calientes,  muy calientes, en la calle ¡no! Nos hemos autoimpuesto la prohibición de mojarnos bajo la lluvia.

A veces nos mojamos por puro accidente, por desdicha, desfortuna.  La lluvia en nuestras ropas es  casi un sinónimo perfecto de fracaso, es una  prueba fehaciente de lo horroroso que fue nuestro día.
Me regañó mi jefe, quizás hasta me despidieron o me abandonó mi pareja y lo peor de todo es que no pude evitar el aguacero. 

Llegamos a casa empapados de nuestra frustración, irritados, al borde del precipicio, desolados, tristes y amargados.

No siempre fue así, hubo un tiempo, han pasado tantos inviernos que la memoria parece haberlo olvidado, en que la lluvia en nuestros trajes sastre no fue tan atroz.
Hubo un tiempo, carajo, ha pasado tanto que cuesta mucho recordar, en que el chubasco vespertino se convirtió en un arcoíris y  pintó un día gris de  mil colores.

Hace cuánto tiempo que el aguacero no nos saca una carcajada elocuente, hace cuánto que no nos entristecemos con la ida del invierno, hace cuánto que no vemos en la lluvia, una sonrisa  caudalosa de alegría  en el rostro de un amigo.

Hace cuánto jugar fútbol no se hace más divertido con la lluvia, hace cuánto que no reímos al sentir el ardor de la pelota húmeda en nuestro muslo. Hace cuánto que esa niña, ahora preocupada porque se le corrió el maquillaje, no extiende sus brazos y acaricia cada gota con apacible y entrañable ternura.

La lluvia, la maldita lluvia, ya solo es caos vehicular, accidentes desafortunados,  cielos grises y tristes. El aguacero, el granizo, hace mucho dejó de ser pequeños cubos de hielo para nuestros frescos, ahora más bien son pedradas lacerantes que golpean bruscamente los vidrios de un carro, que para colmo se fue en un agujero, por esa maldita lluvia.

No siempre fue así, no siempre fue tan difícil, hubo algún tiempo que esa brisa acelerada sobre nuestra piel despertó hermosos sentimientos: alegría, amor, emoción. Hace cuánto que no besamos con humedad, con pasión y sin prisas bajo la lluvia.

Hubo un tiempo mejor… cuando éramos niños.  

"Crecer no es el problema. Olvidar lo es". Antoine de Saint-Exupér. (El Principito)