miércoles, 12 de agosto de 2009

La recuerdo


La recuerdo aunque a veces me cuesta hacerlo, seguramente ya he olvidado unos cuantos detalles. A menudo me pareciera escuchar el dulce tono de su voz y ver su mirada un tanto triste, pero siempre llena de infinita dulzura y sobre todo con mucho amor para dar.

La recuerdo alegre y enferma, feliz y llena de amargura, sonriendo y llorando. Recuerdo muchas facetas de su vida, incluida mi preferida: la de madre entregada; a un niño enfermo que agoniza en la cuna de una habitación de hospital. Recuerdo sus ambivalencias, su tono enérgico, pero amoroso, sus cantos, su infinita e indescriptible preocupación.

La recuerdo bailando en un aula de preprimaria, en fiestas de quince años y en una que otra navidad. La recuerdo entregando presentes a la media noche y rezando de rodillas al niño Jesús.

La recuerdo en procesiones, cargando grandes andas y llorando al ver el paso de Jesús de Candelaria. Recuerdo sus enseñanzas, su calor, su sonrisa siempre elocuente y sincera. Recuerdo su carisma, su entusiasmo, su lucha y su enorme e envidiable fe. La recuerdo aceptando su enfermedad y muerte con admirable resignación.

Recuerdo la promesa de levantarse de aquella cama, esa misma que ya no pudo cumplir. La recuerdo, jugando, sonriendo, regalando felicidad. Recuerdo sus manos frías y aquel vestido blanco, ese mismo que se llevo a la tumba, el que tan sólo pocos años atrás vistió con orgullo en la graduación de mi papá. Recuerdo su mirada extraviada y su cuerpo rígido tendido en una cama ortopédica.

La recuerdo en medio de la iglesia, adentro de una caja de madera cargada por algunos hombres incluido mi padre. Recuerdo mis lagrimas y aquel infinito dolor que no ha cesado y que quizás no cesará. Recuerdo verla partir y como mi esperanza, sueños y anhelos partieron con ella. Lo que no recuerdo fue cuando fue la última vez que le dije cuanto la amaba. Y es que aún la amo, como si nunca se hubiese ido.
De eso hace catorce años y yo aún la recuerdo, como si hubiese sido ayer...

sábado, 1 de agosto de 2009

Un ensayo con la banda

Un ensayo con la banda

No toco bien pero como me divierto… Jugar a ser músico me resulta un ejercicio en extremo atractivo. Agarrar las baquetas y golpear con fuerza (no extrema) una caja bien afinada es una de los aspectos de mi actual coyuntura que me hacen sentir vivo, me hace recordar que por mis venas circula sangre y que la misma es bombeada por la bomba más impresionante que existe sobre esta faz…el corazón.

Cada ensayo con el grupo es un acontecimiento, nunca faltan las risas, la molestadera y por supuesto eventualmente una que otra sacada de madre. “¡puta apréndase la canción si son dos versos y un coro no es El Quijote de la mancha!” Le reprocha el bajista a la vocalista. El novio, que interpreta la trompeta, no tarda en soltar una mirada de odio al primero.

Cada ensayo tiene su momento para todo y cada vez que nos reunimos a tocar es distinto. Es raro contar con público en una de estas interpretaciones improvisadas en un inmueble común y corriente.

No obstante el último ensayo contó con una importante visita. Desde Costa Rica, mal pronunciado desde luego, una buena amiga se hizo presente al inmueble común y corriente donde cada sábado (a veces domingos y viernes, si es necesario) hacemos relajo. Nuestra acompañante toleró nuestros insultos, patanadas y el bullicio estridente de los instrumentos. Con su sonrisa, como siempre elocuente e inspiradora engalanó aquella habitación. (Tan buena onda la tica, de eso no hay duda).

La cena pos ensayo fue nuevamente, como una semana atrás, en la ciudad de las perpetuas rosas (Antigua Guatemala). La tertulia como era de esperarse amena. Aunque nuestra amiga Tica casi golpea al mesero, por no contar con algunos de los platillos que solicitamos, jajajajaja. A la otra quien nos atienda seguramente preferirá ir a comprar lo que hace falta a una PULPERIA.