domingo, 30 de agosto de 2015

Crónica de una manifestación accidental

Esta es la crónica ciudadana de un periodista, sin medio para publicar.

Hoy es #27A, hoy es #27A, me repetía decenas de veces, mis pies, inquietos, presentaban un incesable cosquilleo, ese que solo una marcha beligerante podría quitar. Son las 9:30: no podré ir, me reprochaba, mientras consultaba los portales web de los periódicos nacionales. La frustración invadía mi consciencia y atropellaba mi vocación periodista, en situación temporal de retiro, o al menos de eso intento convencerme.  

Yo,  el otrora reportero de las historias cotidianas, viendo la historia pasar ante una fría Dell cualquiera, era como un escupitajo a mis convicciones, una latigazo lacerante a mis entrañas.   
Pero  las buenas noticias llegan cuando uno no las espera, de pronto una autorización, una cuasi mera sugerencia de parte de mi jefa, fue suficiente para inyectar dosis inimaginables de adrenalina en mi cuerpo. 


“La presidenta – de la organización para la que colaboro-  acaba de llamar y dice que aquellos que quieran ir a manifestar pueden hacerlo”, Carmina Burana, la heroica y el climax de la 1812 en mis oídos. Eso sí,  antes una “recomendación más”, la autorización para acudir era por tiempo limitado. Vayan a las 11, pero regresen a las 14 horas, mera sugerencia, por supuesto obligatoria. 

No importaba un carajo, haría que esas tres horas valieran la pena. En minutos, la portavoz de las buenas noticias organizó una participación conjunta a la marcha entre colegas de oficina.  Me negué, preferí tomar mi propio curso. La mejor opción: unirme a la columna de universidades privadas encabezada por la Rafael Landívar.  

11:20: me separó de los compañeros de oficina y perdido sin saber por dónde venía la marcha, actué  de forma instintiva y me encaminé a hacerle  encuentro al movimiento estudiantil. No me fue difícil, era una masa beligerante, bulliciosa, indignada, enardecida, frustrada por la permanencia cobarde y atrincherada de un gobernante despreciable e ilegítimo, pero orgullosa de hacer historia y de cambiar el país.  

Un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad del Itsmo esperaba a la milenaria columna en el redondel de la Reforma, ese que comunica con la 7ª avenida de las zonas 9, 4 y 1. “A ver, a ver, quién tiene la batuta, el pueblo organizado o el gobierno hijo de puta… Otto cerote te vas a ir al bote… pueblo que escucha únete a la lucha”, gargantas desgarradas, afónicas, pero estruendosas gritaban aquellas consignas. 

12:25: Palacio de la Justicia, cohetes, bombos, bocinas en señal de apoyo, se me eriza la piel, casi lloro de emoción.  Lo único que me preocupa es no poder llegar antes del vencimiento del permiso a la Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional de la Cultura.
La patojada sigue su curso sobre la 7ª avenida, ya vamos a llegar me digo, cuando de pronto un giro inesperado, al menos para mí, la columna hace un cruce en la 10 calle, para antes pasar por el  Congreso. 

Un anciano detiene un cartel, frente al edificio legislativo, su mirada se dirige con firmeza al enorme palacio circense, ese que bloquea leyes, que ve a conveniencia al otro sentido y que elude e ignora, como regla general los interés de la verdadera Guatemala profunda, esa donde cinco de cada diez niños parecen desnutrición, esa sumida en la extrema pobreza, a costillas de los ostentosos estilos de vida de nuestros gobernantes. 

El anciano llegó solo, no pertenecía a ninguna columna y en su pancarta lleva un mensaje cuasi incomprensible, pero cargado de indignación y con aires de ira: “Diputados de los partidos Patriota y Líder, le han dado las espaldas a Guatemala es una afrenta a la que unidos y con coraje tenemos que encarar”. 

Minutos después, serían las 13 y piquito, no importa ya, las notas a capela de un himno que en el pasado estuvo lleno de hermosas mentiras, pero que hoy es el sublime clamor del pueblo. “Libre al viento tu hermosa bandera, a vencer o a morir llamará que tu pueblo con anima fiera, antes muerto que esclavo será”, ondeaban no uno sino cientos de pabellones, lo hacían con libertad, con la espectacular grandeza de un país cansado y despierto. 

Esas letras tomaron más fuerza que nunca  en la historia democrática del país: “Ojala que remonte su vuelo, más que el cóndor y el águila real y en sus alas levante hasta el cielo Guatemala tu nombre inmortal”, la piel de nuevo se me eriza, el nudo en la garganta, la lagrima atravesada y un sentimiento de orgullo nacional que brota caudalosamente. 

La valiente columna sigue su curso y llega a la Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional de la Cultura, es apoteósico, poético, es tanto y todo que los calificativos le restan majestuosidad.
13:50: el permiso se venció, paro un taxi, voy solo y en mi mente aún se repiten esos momentos cívicos maravillosos. 

Muchas otras cosas sucedieron en simultaneo, la columna sancarlista, la exhortación del Cacif de permitir a los empleados ir a manifestar, el paro de cerveceros y restauranteros, la conformación de la pesquisidora en el Congreso, pero lo que narro es lo que mis sentidos percibieron. Un día inmortalizado en mi memoria, un día para la historia de un gran país que desde ya es una nación mejor y diferente. #AguanteGuatemala

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