En mi mente hay una interminable lluvia de imágenes que me recuerdan, con lacerante dolor, la ausencia definitiva.
Lo recuerdo... con su túnica bien planchada y sus zapatos
relucientes, detrás de aquella bicicleta
Californiana de asiento amarillo, con el guante de béisbol y esa pelota rosada
cuya textura e s perfectamente recordada por las palmas de mis manos.
Lo recuerdo en el Parque Morazán, en el portal del Comercio,
con el libro de karate entre sus manos, con sus ocho tazas de café por día. Lo
recuerdo entre las olas del mar, con la energía de un quinceañero, con sus hilos de plata, en el estadio Azteca
en una noche lluviosa.
Lo recuerdo escuchar el partido de Municipal con su pequeña
radio naranja con negro, lo recuerdo sintonizar Patrullaje Informativo y la
vuelta ciclística. Lo recuerdo en una gran urbe y en el Mateo Flores.
Lo recuerdo en su improvisado taller, detrás de esas
herramientas inentendibles, lo recuerdo arreglar todo, lo que fuera, ese
pegamento gris que usaba para todo y como se auto recetaba aquellas pastillas
cuyo nombre, ya no recuerdo.
Lo recuerdo detrás de un motor de carro, desesperado,
impaciente, siempre con prisa, siempre puntual, siempre a pie, jamás en
camioneta. Lo recuerdo, sintonizar la doctora Polo, Casos de Familia, viendo la
repetición de un partido viejo de dos equipos desconocidos de una liga inverosímil.
Lo recuerdo en tantas imágenes, lo recuerdo en pasado y no me queda alternativa
que quedarme con su ausencia, esa lacerante ausencia que me lastima, que me duele, que es definitiva.
Gracias abuelito por tanto.
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