jueves, 10 de mayo de 2012

Diecisiete años...

Diecisiete años me separaran de aquel diez de mayo-el último con verdadero sentido para mi-. Recuerdo que mi mamá ya no pudo asistir a ninguno de los actos, organizados en los tres colegios donde estudiaban sus hijos, para celebrar el día de la madre.

 Postrada en esa cama ortopédica apenas alcanzó a estirar sus brazos para recibir mi agasajo, sin embargo, a pesar de su dolor, pude ver en su mirada una expresión de profundo e infinito amor hacia mi, hacia su negrito, su negrura, como solía llamarme.

 Ya para esos días la mirada de mi madre, aunque con cierta inexplicable esperanza, lucía triste, en su rostro se reflejaba la nostalgia de aquella mujer que sabía que no vería a su negrito graduarse del colegio, ni siquiera lo vería llegar a la secundaria. Sin embargo, a pesar de eso, a pesar de tanto dolor, la fe de esa mujer de 40 años, que había vencido al cáncer a lo largo de cinco años, en contra de todos los pronósticos médicos, estaba inquebrantable. Su amor a la vida, a su familia y a sus hijos era cada día mayor.

 Ese día mi mami me miró, como siempre, con ojos de amor, con la mirada de una una mujer integra, transparente, entregada a su familia, pero sobre todo a Dios. Muchas veces las escuché agradecerle al creador por la enfermedad que la había hecho padecer.

Han pasado 17 años de aquel conmovedor momento. Sin embargo el ejemplo de fe, fortaleza, entrega y amor que ella me dejó perdurará en mi hasta que Dios me de fuerzas para recordar a aquella madre abnegada, a aquella maestra chistosa, la misma que le enseño sus primeras letras a cientos de infantes, con bailes y sonrisas. Esa mentora que dedicaba sus tardes libres a reforzar la lectura y escritura de aquellos niños (as) que tenían más dificultades, la que llevaba a sus alumnos a desayunar y almorzar a casa, cuando estimaba que estos lo necesitaban.

La mujer que le preparaba almuerzo a aquel mendigo, que tardaba más en agradecer que en ingerir los alimentos, la que le daba fresco a los vendedores ambulantes. Esa mujer que ahora es una madre más en el cielo.

Mami, espero que desde arriba podas estar, por lo menos, un poco orgullosa de este periodista defectuoso, beligerante, efervescente, melancólico y con millones de defectos que formaste. Yo te garantizo que acá en la vida terrenal tenes a tres hijos, mis hermanos y yo, que te aman infinitamente y que recuerdan cada una de tus ocurrencias.


Te extraño mami, extraño tus abrazos y Dios sabe que sacrificaría mucho, quizás todo, por volver a sentir el roce de tu piel con la mía. Te extraño y la vida no me alcanzará para dejar de extrañarte y amarte. Cada día aprendo a vivir sin ti, pero cada día me falta más por aprender. Gracias por darme la vida, por compartirla con tanta entrega. Te amo Feliz Día mami.




FOTO: La seño Anabella, en sus primeros años como docente en el Colegio San José de los Infantes (1974)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué sentido este texto y qué lleno de amor. Tu madre, sin duda, está orgullosa de ti. Un abrazo y mi admiración. (tarci)