martes, 5 de julio de 2011

La sonrisa de Santos

Santos está feliz… su mirada es el reflejo de la transparencia de su alma. Sonríe con tal elocuencia que es imposible dejar de apreciar sus dientes torcidos, a lo mejor también sucios. ¿Un tratamiento de ortodoncia? probablemente no le quedará bien, le arrebataría lo más notorio de la cara visible de su alegría.

Brinca al lago de Atitlán desde una roca volcánica a orillas de una playa pública en San Pedro la Laguna, nada a velocidad y se sumerge con intrepidez.

El lago es su amigo, lo vio nacer, le enseñó a nadar, seguro no le hará daño, posiblemente sólo le dará placer y muchas risas. Santos no está solo, su primo Israel de unos trece años, quizás un lustro mayor que él, le acompaña, al igual que otro infante que apenas alcanza el metro de estatura.

¿Cada cuando vienen? pregunto, “todos los días”, responde Israel, mientras observa al menor hacer el difícil clavado de remolino ¿Cómo aprendiste a nadar? Indago, “Nadando”, afirma.

Ellos son felices… el nintendo Wi y las películas violentas que replican una realidad cruel y sangrienta no forman parte de la cotidianidad de estos jóvenes. Quizás son más felices que el niño que se levanta con el despertador de la televisión, aún agotado de la jornada maratónica de caricaturas transmitida en cartoon network la noche anterior.


Son más felices porque aunque no poseen la riqueza para comprar el videojuego de moda, si poseen esa riqueza que el dinero no es capaz de comprar: la inocencia, la posibilidad de lanzarse al lago con la libertad y la certeza que todo estará bien. Sus padres solo necesitan saber que sus hijos fueron a nadar y que su regreso es esperanza y no incertidumbre.


Santos, Israel y el otro infante de aproximadamente 5 años, me regalaron varios minutos de felicidad el sábado pasado. Me hicieron parte de su cotidianidad, no dudaron en hablarme, ni en jugar conmigo. “Hagamos una carrera”, me dijo…”No porque seguro me ganas”, esbozó otra sonrisa y lanzó una pelota de plástico a varios metros de la orilla con la certeza que podría irla a traer. Existe la ley de la compensación y la justicia divina. Gracias Santos y demás por esa hermosa lección.

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