La prohibición de
matar a una persona es milenaria. Las tablas de la Ley develadas a Moisés 1,500
años antes de Cristo hacían referencia a esta. “No matarás”, era el primer
mandato de aquel decálogo, en el cual bien podrían haberse inspirado muchas de
las Constituciones, códigos penales y demás reglamentos alrededor del
mundo.
Dos palabras
bastaban, no había cabida a erróneas interpretaciones, no había gama de grises,
el mandato era claro. “No matarás”, prohibición expresa, sin excepciones
ni justificaciones. En la sociedad contemporánea los códigos penales y las
constituciones refuerzan aquel primer mandato. En todo el mundo, en cientos de
páginas se ha reforzado esa prohibición y se ha penado incluso con la muerte
misma (algo en lo cual estoy en absoluto desacuerdo, pues no puedo prohibir
algo y penarlo con la prohibición misma).
El viernes último Erwin Sperisen,
ex director de la Policía Nacional Civil (PNC), fue
sentenciado a cadena perpetua en Suiza, país al que viajó para ocultarse de la
ley guatemalteca, sin imaginar que la ley suiza lo condenaría para toda la
vida, incluso sin que los hechos se hayan desarrollado en aquel país.
Está
ampliamente documentado que él junto a otros mandos de la policía de la cúpula
de Gobernación irrumpieron violentamente en septiembre de 2006 en la
granja Penal Pavón.
Durante
esa oportunidad las fuerzas de seguridad se desplegaron masivamente y
excesivamente a ese centro penal. El resultado del operativo: siete reclusos
muertos, un par de ellos próximos a salir de la cárcel posterior a haber
cumplido su condena. La justificación de aquella operación denominada Pavo
Real, fue tomar el control del lugar pues es de amplio conocimiento que dentro
de la misma, mucho reclusos gozaban de innumerables privilegios.
Pavón
se había convertido un centro de esparcimiento y diversión, los reclusos
contaban con televisiones, computadoras, mesas de billar y hasta jacuzzis.
Todos los excesos habían ingresado por la puerta grande, bajo el consentimiento
de las corruptas autoridades del Sistema Penitenciario.
Los
informes forenses y la amplia documentación que existe respecto al operativo
dan cuenta de que los reclusos asesinados, fueron muertos a quemarropa y las
escenas del crimen fueron manipuladas. Aunque se dijo que se había tratado de
un enfrentamiento entre reclusos y policías, nunca se demostró tal extremo y
tampoco hubo policías heridos.
Los
siete reclusos muertos, supuestamente encabezaron una insurrección contra los
más de 3 mil agentes que ingresaron a esa cárcel. ¿Verdad o ficción? Claramente
las declaraciones de la otrora cúpula policial encabezada por el recientemente
condenado, nunca tuvieron un sólido fundamento, nunca se probó la insurrección
de los siete y en cambio sí existieron evidentes indicios para pensar que las
fuerzas de seguridad mataron a sangre fría a los internos en mención.
Ahora,
tras la condena del ex director policial, existe una aberrante e inexplicable
corriente que lo defiende. Los argumentos de estos, no solo carecen de
fundamento sino pretenden justificar las acciones ilegales de Sperisen al
argumentar que los reclusos muertos eran delincuentes.
Vale
la pena resaltar que estaban inmersos dentro de un proceso judicial y que
cumplían una pena dictaminada por un Tribunal de Sentencia.
Resulta
que somos un país donde se vale y existe el asesinato selectivo, es posible
matar y quedar impune, si un “bueno”, mata a un malo. La cúpula policial de
aquella innombrable administración se dedicó a esto, a la limpieza social, a
matar a los malos so pretexto de hacer un bien para el país.
Por
mucho que intenté encontrar en el Código Penal, la Constitución y demás, no
pude constatar de que en efecto el asesinato selectivo es una práctica legítima
y permitida por la ley. Prefiero ser práctico y hacer una sencilla ecuación: es
asesino quien planifica, consiente, facilita la muerte de una persona.
Hay
amplia documentación de que Sperisen planificó y consintió aquellas siete
muertes y hay un agravante más: lo hizo valiéndose de la estructura y fuerza
del Estado, a lo que se le llama Ejecución Extrajudicial.
Si
los siete eran buenos o malos, eso el precario sistema de justicia del país se
había encargado de juzgarlo. Que si en Pavón había excesos, eso debió evitarse
mediante un la incorruptibilidad del Sistema Penitenciario. Lo cierto es que
para ello no eran necesarios siete cadáveres. Los defensores de
Esperisen, algunos asumo cristianos, llevan consigo el horrible sentimiento del
revanchismo, de la crueldad y de la muerte entre pecho y espalda.
Juzgan
con todo el peso de la ley al pandillero que mata, pero ansían más que nada ver
muerto al victimario. ¿Qué tan diferentes son Esperinsen y los pandilleros
comunes? ¿Qué tan diferente son esos pandilleros de los defensores de
Esperinsen sedientos de sangre, hambrientos de revanchismo y odio?
Al
menos las pandillas encuentran una justificación a sus actos en la
miseria, la ausencia de educación, amor y la respuesta disfuncional de
una exclusión heredada de muchas décadas atrás. Y usted señor defensor de
Sperisen ¿Cuál es su excusa?
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