
Recientemente con profunda tristeza escuche a unos jóvenes expresarse en relación a las pandillas guatemaltecas. “Yo a un marero le quiebro el culo en setenta”, expresó un adolescente de a lo sumo 17 años de edad. Como siempre lo he manifestado las maras son una respuesta disfuncional en una sociedad históricamente excluyente.
Son sin duda un problema complejo que requiere de soluciones integrales y a largo plazo. El pandillero nació sin amor, en un ambiente de odio, respiró y aprendió la violencia en su más cercano entorno (es así en muchos casos). La exclusión y desigualdad son sin temor a equivocarme el principal cáncer de nuestra sociedad tercermundista, este es en realidad el caldo de cultivo de muchos otros problemas.
La violencia es tan sólo la tos del verdadero mal, aunque a mi me resulta obvio algunos politequeros de tercera categoría, han explotado este mal para beneficiarse del mismo. Lamentable situación. La juventud carente de valores ha olvidado que la Constitución de la República protege la vida desde su concepción. Dios mismo nos prohibió matar y nos llamó a amarnos a los otros.
Si yo ciudadano “honrado y correcto” estoy dispuesto a matar a aquel que mata, ¿Qué tan diferente soy a él? Quizás soy mucho peor, porque en mi hogar respire amor, en la escuela se me enseñó a discernir lo bueno y lo malo, tuve oportunidades y nunca fui socialmente excluido.
Trató de entender la desesperación de aquellos que torpemente creen que la violencia se combate con violencia y que la limpieza social es una solución viable para que las muertes violentas y otros delitos se reduzcan en el país. Esto no es así y algún día escribiré dando mis explicaciones.
Invitó a todos a que intenten entender el fenómeno de las pandillas antes de emitir juicios de valor. No debemos hablar de lo que no conocemos.
Porque Jesús dijo a sus discípulos: No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y se os perdonará» (Lucas 6,37). Vamos cristianos practiquemos el amor y no el odio, la bondad y no el rencor.
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