lunes, 26 de noviembre de 2018

Ese horrible miedo a la discapacidad

Últimamente he estado ausente, lo sé, quizás nadie sea capaz de entender este temor que me desvela.  El sábado en esa pista de baile parte de mí estaba en otro sitio,  me movía  por inercia pero era incapaz de prestar atención a mis torpes movimientos.

He estado distraído en los últimos días, quizás es por ese malestar en mi tobillo izquierdo que  de vez en cuando me da problemas al caminar o a lo mejor me he cansado de cuidarme y picarme una y otra vez mi muñeca izquierda para realizarme la auto infusión de factor IX. 

Quizás sea la muerte de mi tío hemofilico y el  saber que se fue a los 60 años sin poder caminar. Tal vez fue el conocer a otros como yo y verlos arrastrar los pies, o  ese estudio reciente de pacientes con hemofilia lo que me sobre preocupó.   Y es que cuando los datos son tan elocuentes y dibujan una realidad, quedas petrificado ante ella.

Cerca del 40 por ciento de hemofilicos quedan discapacitados, sufren de jubilación temprana, trabajan solo parcialmente y presentan problemas para desarrollar actividades diarias, cosas cotidianas  y simples como: vestirse, ponerse los calcetines, caminar sin ayuda de dispositivos e incluso hacer el amor, son algunas de las tareas que les es imposible realizar con el paso de los años. 

Hablo además de una realidad diferente, la de los Estados Unidos, donde el tratamiento para la hemofilia es más integral, completo y hay acceso a la medicación. ¿Cómo será en Guatemala? Alguien me lo dice. "La mitad de los pacientes no llegan a los 20 años sin presentar una discapacidad total o parcial". 

Pienso en todo esto e inevitablemente me siento ausente, distraído, pensativo y con un miedo del que no quiero hablar. No lo cuento a nadie, me lo guardo, no quiero un pésame o un barato mensaje de motivación, solo quiero dejar de pensar. 

Intento ser optimista, soy hemofilico moderado y no severo, me cuido más que otros, tengo relativo acceso a la medicación... al carajo con esos argumentos, desde la razón son indiscutiblemente válidos, pero cuando se habla desde el miedo toda la argumentación se cae a pedazos. 

Los miedos solo sirven si podemos enfrentarlos. Trato de hacerlo, me informo, participo, me prometo cuidarme y practicarme la auto infusión cada vez que haga falta. Me pongo tareas: investigar, realizarme una prueba articular, ejercitar mis articulaciones con el acompañamiento de un especialista y muchas otras más. 

Le garantizo guerra a la hemofilia, una batalla campal informada y proactiva, no sé si llegaré a los 60 sin ayudas para caminar, pero mientras estas piernas anden por sí solas recorrerán el mundo, caminarán por ciudades y sobre arena blanca en playas paradisíacas. Estos ojos verán atardeceres de ensueño, cielos estrellados, todo antes de que pueda llegar el día al que tanto le temo. 

No me pienso dejar derrotar, pero de momento, mientras la razón intenta ganarle a la emoción confieso que he estado ausente y distraído. Lo publico ahora en este espacio para que pocos o ninguno lo  lea. Mientras tanto he hecho mi catarsis.    

viernes, 7 de abril de 2017

El meme de la vergüenza

¿Qué ve usted en esa foto?

Yo veo a una inocente niña que abraza con emoción a su personaje favorito, quizás en su fiesta de cumpleaños. La niña tendrá unos cuatro años, tan solo uno más que mi hija, sus padres, seguramente se esforzaron para hacer de su onomástico un acontecimiento especial. 

No obstante al parecer no todos vimos lo mismo. La imagen fue trasladada a mí en dos grupos de Whattsapp con un texto, que no merece ser replicado,  pero que sugiere que esa inocente infante tiene una práctica sexual (tampoco merece ser más descriptivo) con su personaje favorito.

Me pareció inverosímil, grotesco, obsceno y aberrante tal sugerencia. Manifesté mi molestia no solo desde una perspectiva paternal, sino con una visión de sentido común.  Encontré en la soltería una excusa para las risas. ¿En qué clase de sociedad vivimos? La mentalidad de macho, cuasi de misoginia que permite elucubrar una aberrante imagen de una niña que realiza una práctica sexual ¿Puede ser acaso divertido?

Vuelvo a la imagen original y me parece tan chocante que pienso que solo una mente enferma puedo concebir tal desagradable meme, el cual  fue reproducido por otras mentes distorsionadas que incluso lo encontraron divertido. 

Quizás los autores olvidaron por un momento que sus madres, hermanas, tías, novias y esposas también fueron niñas. Probablemente si la foto de esta desconocida niña, hubiese sido la fotografía de estas importantes mujeres en su primera infancia,  hubieran logrado pasar de la sonrisa a la indignación.

Yo ni siquiera tuve el valor de asociar esa imagen con  las mujeres de mi vida, no lo tendré jamás. No hay pretexto para encontrar el lado divertido en la absurda sugerencia de una niña y una práctica sexual. Veo en el meme una postura machista que denigra a la mujer y lo que es peor a una inocente niña.

Aclaro que me hubiese indignado de igual forma si se hubiese tratado de un niño, es como burlarse de un acto de violación infantil o peor aún sugerir que es divertido que esto pueda ocurrir.

En el segundo grupo de Whattsapp, hizo un llamado a la cordura y otro de esos machos que tristemente abundan respondió: “Desde chiquitas les gusta…” (no merece la pena culminar la oración). 

Pase de la indignación, a la rabia y a la tristeza, de sentir la desesperanza de como una sociedad enferma reproduce imágenes sin sentido. Nos hemos deshumanizado, no sentimos empatía por otros. Es un meme que da vergüenza.       

Texto JMC   

lunes, 9 de mayo de 2016

Las enseñanzas de mi madre

Hace 21 años le dije por última vez a mi mamá ¡Feliz día de la Madre! muchas lunas han pasado desde aquella última manualidad que torpemente hice para ella. Apenas recuerdo su mirada triste y su semblante cansado. Ambos sabíamos que sería nuestro último Día de la Madre juntos. Ella, la seño Anabella estaba postrada en una cama, estaba frágil, pero llena de esa luz que siempre le acompañó.

También estaba repleta de fervorosa fe, agradeció siempre a  Dios por haberle regalado, decía a ella, una enfermedad que la acercaba más a él.  La recuerdo decir: "gracias Dios por esta enfermedad, tu me la has dado y sabes el por qué.

Mi mamá una mujer estoica, con un profundo deseo de vivir, lucho al final y les puedo garantizar que a ese cáncer le fue muy difícil matarla. De un año, máximo, de vida augurado por los médicos, ella vivió más de cinco.

El amor por sus esposo y sus hijos, la hicieron aferrarse a la vida y desafiar a la muerte con admirable valentía. Esa fue la lección más grande que me dejó mi mamá: luchar con fe y no desmayar, jamás renegar y siempre dar gracias a Dios por sus designios. También me dejó su alegría permanente, pese a la adversidad. "Estos años han sido los más felices de mi vida", solía decir con convicción al referirse a los años que luchó con ese tortuoso cáncer.

Mi mamá,  la de los ojos negros y labios carmín, la de la bata verde y pantuflas blancas, esa que un día nos dijo. "Les prometo que en el nombre de Jesús voy a vencer el cáncer", palabras que me atraviesan el alma y que me lastiman, no por la fuerza y la intención con las que fueron pronunciadas, sino porque fue tan solo un frustrado y valiente anhelo.

Muchas lecciones de mi madre tardaron años en llegar. Una mañana de octubre en un parque de la gran cadena de entretenimiento de Orlando, Florida, mi mamá se aferró a sus muletas y con la pelvis carcomida por el cáncer, decidió caminar durante todo el día. "Hoy les daré una lección de fortaleza a mis hijos", le dijo a mi padre.

Puedo imaginar su dolor, por supuesto que era más cómodo hacer uso del vehículo electrónico que aquel parque disponía para personas con discapacidad, pero mi madre prefirió darnos esa lección que comprendería años después, cuando tras un esguince en mi tobillo tuve que usar muletas para caminar. Me era tan difícil desplazarme que solo pude sentir más admiración por la valentía de mi mamá.

Hace unos meses fui a casa de un vecino, es mecánico y lo conozco de hace algunos años. Toqué la puerta, pregunté por él, me identifiqué y al fondo alguien preguntó: ¿Quién es? es el hijo de la seño Anabella, escuche decir a una joven quizás un poco menor que yo. La maestra de la escuela pública, la de los cantos y bailes improvisados, la que daba un plato de comida al niño desnutrido y al anciano sin hogar, vino a la mente en aquella muchacha, al escuchar mi voz.

Han pasado 21 años, 20 desde que la seño Anabella dictó su última clase en aquella escuela pública del vecindario y la gente la recuerda con admiración, con cariño. "Ella tenía mucha luz", me dijeron esa vez.

Fue como un gancho al hígado, a las entrañas, pero también fue una inyección de orgullo y de satisfacción. Esa maestra, la que nadie puede olvidar, por lo profundo de sus enseñanzas, esa la de los chistes y de los motes inverosímiles, esa es mi madre, a la que amo con entrañable y profundo amor.


Gracias seño Anabella por tanto.


lunes, 26 de octubre de 2015

Corre y va de nuez...

La GuateMala de ayer es la GuateMala de hoy y por lo visto será la GuateMala de siempre. Me confieso ingenuo, soñador, idealista,  casi rozo en lo bobo. Pero, por fortuna, no soy el único, pertenezco a  una irrisoria minoría, ese pequeño grupo de pendejos  que una madrugada de septiembre pensó que el país podía cambiar, que las cosas podían ser diferentes y que la ciudadanía despertaba de un añejo letargo.

Muchos pensamos que el país despertaría, que se podría forjar un futuro diferente. Falso, demasiado soñador. Estamos sumidos en un círculo vicioso. El simplismo y el desconocimiento de nuestra historia traiciona a un país que caerá de nuevo en el eterno letargo, ese que tiene anestesiada a una inexistente democracia.

El análisis simplista de una sociedad a la que le da pereza pensar, nos hace regresar al genoma militar. El partido derechista y ultraconservador fundado por militares de la vieja guardia, asumirá la presidencia el 14 a las 14.

Hace cuatro años sentí la misma frustración que hoy me invade. Vi como la misma clase mediera, perezosa de razón le daba la banda presidencia a un ex militar, con un cuestionado pasado. Siempre lo supe: su administración sería nefasta, corrupta, intolerante y arbitraria.  Solo que hace cuatro años el estribillo barato era otro: “urge mano dura”, “el principal problema del país es la inseguridad”.

La ciudadanía perezosa a la que me refiero, de nuevo no quiso hacer  un análisis minucioso y exhaustivo del tema violencia y de cómo éste solo es el síntoma visible de problemas estructurales mucho más graves. Pensar en reducir los indicadores de violencia bajo la premisa de que ese es un problema como tal resulta inútil.

La violencia se ataca de forma transversal y solo es posible frenarla si se encaran con valentía los verdaderos problemas de fondo que la originan: educación, salud, políticas públicas, oportunidades, combate a la pobreza y a la miseria.
La ciudadanía se volcó a las urnas y votó de forma egoísta, votó por el temor a que le robaran un celular, un vehículo, el efectivo, etc.

Cuatro años más tarde la canción de moda es otra: la corrupción. “Ni corrupto, ni ladrón”, eso basta, no se necesita probada honorabilidad, formación, experiencia. Mucho menos hace falta conocer el génesis del candidato, el poder detrás del trono. Él lo niega, lo negará por un tiempo hasta que las circunstancias se lo permitan.

El análisis,  de nuevo aburridamente simplista,  de que, el mal cómico, el de los chistes racistas, sin formación y con una casi inventada formación académica, no tiene un pasado político me asusta. Su manifiesta incapacidad es casi secundaria. El detrás del candidato es lo que preocupa.


Lo cierto es que él, el  de las Moralejas llegó al poder y pronto sus manos y piernas colgarán de invisibles hilos y detrás de él, los  militares de la línea más conservadora harán de las suyas. El panorama se vislumbra sombrío, casi tanto como hace cuatro años. Salimos de un mal militar, ahora tendremos a muchos otros, solo que será más difícil exigirles que nos rindan cuentas, pues estarán impunemente detrás de los invisibles hilos. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Cuando éramos niños


Cuándo fue la última vez que llovió y me mojé adrede, por gusto, por diversión. Hemos perdido esa hermosa costumbre, la de saltar en los profundos charcos de agua y mojar nuestros calcetines, sin que eso importe. Claro ahora nos mojamos, por mero descuido, casi por accidente. 


Abrimos nuestros paraguas, vestimos ropa impermeable, colocamos, folders, suéteres, cuadernos, libros, periódicos, bolsas plásticas, casi cualquier objeto, con el único fin de evitar el aguacero.  Corremos en la búsqueda desesperada de  un refugio, debajo de un techo, en el interior de un vehículo, dentro de un bus, mercado, tienda o supermercado.

Nos esforzamos por evadir la lluvia, odiamos mojar nuestra ropa, arrugar nuestro traje, ensuciar nuestros lustrados zapatos. A veces, cuando nos mojamos, esperamos que sea lo menos posible.  Ojala nuestras camisetas tengan algo de seco, porque odiamos temblar y ver como se  nos escurre el agua por la frente y las mejillas.

Es casi socialmente inaceptable, el agua solo es permitida en los centros turísticos y en las regaderas calientes,  muy calientes, en la calle ¡no! Nos hemos autoimpuesto la prohibición de mojarnos bajo la lluvia.

A veces nos mojamos por puro accidente, por desdicha, desfortuna.  La lluvia en nuestras ropas es  casi un sinónimo perfecto de fracaso, es una  prueba fehaciente de lo horroroso que fue nuestro día.
Me regañó mi jefe, quizás hasta me despidieron o me abandonó mi pareja y lo peor de todo es que no pude evitar el aguacero. 

Llegamos a casa empapados de nuestra frustración, irritados, al borde del precipicio, desolados, tristes y amargados.

No siempre fue así, hubo un tiempo, han pasado tantos inviernos que la memoria parece haberlo olvidado, en que la lluvia en nuestros trajes sastre no fue tan atroz.
Hubo un tiempo, carajo, ha pasado tanto que cuesta mucho recordar, en que el chubasco vespertino se convirtió en un arcoíris y  pintó un día gris de  mil colores.

Hace cuánto tiempo que el aguacero no nos saca una carcajada elocuente, hace cuánto que no nos entristecemos con la ida del invierno, hace cuánto que no vemos en la lluvia, una sonrisa  caudalosa de alegría  en el rostro de un amigo.

Hace cuánto jugar fútbol no se hace más divertido con la lluvia, hace cuánto que no reímos al sentir el ardor de la pelota húmeda en nuestro muslo. Hace cuánto que esa niña, ahora preocupada porque se le corrió el maquillaje, no extiende sus brazos y acaricia cada gota con apacible y entrañable ternura.

La lluvia, la maldita lluvia, ya solo es caos vehicular, accidentes desafortunados,  cielos grises y tristes. El aguacero, el granizo, hace mucho dejó de ser pequeños cubos de hielo para nuestros frescos, ahora más bien son pedradas lacerantes que golpean bruscamente los vidrios de un carro, que para colmo se fue en un agujero, por esa maldita lluvia.

No siempre fue así, no siempre fue tan difícil, hubo algún tiempo que esa brisa acelerada sobre nuestra piel despertó hermosos sentimientos: alegría, amor, emoción. Hace cuánto que no besamos con humedad, con pasión y sin prisas bajo la lluvia.

Hubo un tiempo mejor… cuando éramos niños.  

"Crecer no es el problema. Olvidar lo es". Antoine de Saint-Exupér. (El Principito)




domingo, 30 de agosto de 2015

Crónica de una manifestación accidental

Esta es la crónica ciudadana de un periodista, sin medio para publicar.

Hoy es #27A, hoy es #27A, me repetía decenas de veces, mis pies, inquietos, presentaban un incesable cosquilleo, ese que solo una marcha beligerante podría quitar. Son las 9:30: no podré ir, me reprochaba, mientras consultaba los portales web de los periódicos nacionales. La frustración invadía mi consciencia y atropellaba mi vocación periodista, en situación temporal de retiro, o al menos de eso intento convencerme.  

Yo,  el otrora reportero de las historias cotidianas, viendo la historia pasar ante una fría Dell cualquiera, era como un escupitajo a mis convicciones, una latigazo lacerante a mis entrañas.   
Pero  las buenas noticias llegan cuando uno no las espera, de pronto una autorización, una cuasi mera sugerencia de parte de mi jefa, fue suficiente para inyectar dosis inimaginables de adrenalina en mi cuerpo. 


“La presidenta – de la organización para la que colaboro-  acaba de llamar y dice que aquellos que quieran ir a manifestar pueden hacerlo”, Carmina Burana, la heroica y el climax de la 1812 en mis oídos. Eso sí,  antes una “recomendación más”, la autorización para acudir era por tiempo limitado. Vayan a las 11, pero regresen a las 14 horas, mera sugerencia, por supuesto obligatoria. 

No importaba un carajo, haría que esas tres horas valieran la pena. En minutos, la portavoz de las buenas noticias organizó una participación conjunta a la marcha entre colegas de oficina.  Me negué, preferí tomar mi propio curso. La mejor opción: unirme a la columna de universidades privadas encabezada por la Rafael Landívar.  

11:20: me separó de los compañeros de oficina y perdido sin saber por dónde venía la marcha, actué  de forma instintiva y me encaminé a hacerle  encuentro al movimiento estudiantil. No me fue difícil, era una masa beligerante, bulliciosa, indignada, enardecida, frustrada por la permanencia cobarde y atrincherada de un gobernante despreciable e ilegítimo, pero orgullosa de hacer historia y de cambiar el país.  

Un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad del Itsmo esperaba a la milenaria columna en el redondel de la Reforma, ese que comunica con la 7ª avenida de las zonas 9, 4 y 1. “A ver, a ver, quién tiene la batuta, el pueblo organizado o el gobierno hijo de puta… Otto cerote te vas a ir al bote… pueblo que escucha únete a la lucha”, gargantas desgarradas, afónicas, pero estruendosas gritaban aquellas consignas. 

12:25: Palacio de la Justicia, cohetes, bombos, bocinas en señal de apoyo, se me eriza la piel, casi lloro de emoción.  Lo único que me preocupa es no poder llegar antes del vencimiento del permiso a la Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional de la Cultura.
La patojada sigue su curso sobre la 7ª avenida, ya vamos a llegar me digo, cuando de pronto un giro inesperado, al menos para mí, la columna hace un cruce en la 10 calle, para antes pasar por el  Congreso. 

Un anciano detiene un cartel, frente al edificio legislativo, su mirada se dirige con firmeza al enorme palacio circense, ese que bloquea leyes, que ve a conveniencia al otro sentido y que elude e ignora, como regla general los interés de la verdadera Guatemala profunda, esa donde cinco de cada diez niños parecen desnutrición, esa sumida en la extrema pobreza, a costillas de los ostentosos estilos de vida de nuestros gobernantes. 

El anciano llegó solo, no pertenecía a ninguna columna y en su pancarta lleva un mensaje cuasi incomprensible, pero cargado de indignación y con aires de ira: “Diputados de los partidos Patriota y Líder, le han dado las espaldas a Guatemala es una afrenta a la que unidos y con coraje tenemos que encarar”. 

Minutos después, serían las 13 y piquito, no importa ya, las notas a capela de un himno que en el pasado estuvo lleno de hermosas mentiras, pero que hoy es el sublime clamor del pueblo. “Libre al viento tu hermosa bandera, a vencer o a morir llamará que tu pueblo con anima fiera, antes muerto que esclavo será”, ondeaban no uno sino cientos de pabellones, lo hacían con libertad, con la espectacular grandeza de un país cansado y despierto. 

Esas letras tomaron más fuerza que nunca  en la historia democrática del país: “Ojala que remonte su vuelo, más que el cóndor y el águila real y en sus alas levante hasta el cielo Guatemala tu nombre inmortal”, la piel de nuevo se me eriza, el nudo en la garganta, la lagrima atravesada y un sentimiento de orgullo nacional que brota caudalosamente. 

La valiente columna sigue su curso y llega a la Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional de la Cultura, es apoteósico, poético, es tanto y todo que los calificativos le restan majestuosidad.
13:50: el permiso se venció, paro un taxi, voy solo y en mi mente aún se repiten esos momentos cívicos maravillosos. 

Muchas otras cosas sucedieron en simultaneo, la columna sancarlista, la exhortación del Cacif de permitir a los empleados ir a manifestar, el paro de cerveceros y restauranteros, la conformación de la pesquisidora en el Congreso, pero lo que narro es lo que mis sentidos percibieron. Un día inmortalizado en mi memoria, un día para la historia de un gran país que desde ya es una nación mejor y diferente. #AguanteGuatemala

lunes, 12 de enero de 2015

Ausencia definitiva

En mi mente hay una interminable lluvia de imágenes que me recuerdan, con lacerante dolor, la ausencia definitiva. 


Lo recuerdo... con su túnica bien planchada y sus zapatos relucientes,  detrás de aquella bicicleta Californiana de asiento amarillo, con el guante de béisbol y esa pelota rosada cuya textura es perfectamente recordada por las palmas de mis manos.


Lo recuerdo en el Parque Morazán, en el portal del Comercio, con el libro de karate entre sus manos, con sus ocho tazas de café por día. Lo recuerdo entre las olas del mar, con la energía de un quinceañero,  con sus hilos de plata, en el estadio Azteca en una noche lluviosa.
Lo recuerdo escuchar el partido de Municipal con su pequeña radio naranja con negro, lo recuerdo sintonizar Patrullaje Informativo y la vuelta ciclística. Lo recuerdo en una gran urbe y en el Mateo Flores.

Lo recuerdo en su improvisado taller, detrás de esas herramientas inentendibles, lo recuerdo arreglar todo, lo que fuera, ese pegamento gris que usaba para todo y como se auto recetaba aquellas pastillas cuyo nombre, ya no recuerdo.

Lo recuerdo detrás de un motor de carro, desesperado, impaciente, siempre con prisa, siempre puntual, siempre a pie, jamás en camioneta. Lo recuerdo, sintonizar la doctora Polo, Casos de Familia, viendo la repetición de un partido viejo de dos equipos desconocidos de una liga inverosímil. Lo recuerdo en tantas imágenes, lo recuerdo en pasado y no me queda alternativa que quedarme con su ausencia, esa lacerante ausencia que  me lastima, que me duele, que es definitiva.  
Gracias abuelito por tanto.